jueves, 26 de marzo de 2015

Naufragios ejemplares. Lo último de Manuel Vilas y Ángel Petisme



Ángel Petisme (Calatayud, 1961) y Manuel Vilas (Barbastro, 1962) comparten algo más que generación y comunidad autónoma. La obra de ambos se caracteriza por invertir los tópicos literarios, desafiar las inercias estéticas y reivindicar un lugar para la poesía alejado de las alturas celestiales a las que se auparon los “poetas poetísimos” (Celaya dixit). En cambio, estos dos autores se inspiran en las rutilantes ruinas del capitalismo y en las letras del rock para fabricar un himno gigante y extraño, desencantado e irónico. Las vicisitudes editoriales han hecho coincidir ahora sus nuevos libros: El lujo de la tristeza (Zaragoza, Olifante, 2014), de Ángel Petisme, y El hundimiento (Madrid, Visor, 2015), de Manuel Vilas.

            El lujo de la tristeza canta al amor en los tiempos de la cólera: una época en la que coexisten Guantánamo e Internet, en la que los lagos de Google Earth parecen más azules que los de verdad, y en la que los simulacros se han rebelado contra la realidad que representan. El acierto de Petisme reside en difuminar la frontera entre las efusiones del alma y las pantallas de la tecnología. Así, hallamos insólitas declaraciones de fidelidad (“Mi móvil siempre está despierto para ti”), pasiones mileuristas, calentamientos globales y locales, contraseñas que abren “el correo, las nubes, / facebook, twitter, tu sexo”, despedidas hipotecadas y enamoramientos tan intensos y fugaces como el que asaltó a Baudelaire ante una transeúnte anónima. El juego con los neologismos (“passworld”), las alusiones a la mitología popular y la afición por la pirueta verbal convierten al escritor en fumabulista y hacen del poema un triple salto mortal. Petisme sale del envite sin rasguños visibles y se salva casi siempre de caer en el chiste fácil, aunque a veces lo roce: “Quiero abrirte a diario / mi dulce huevo Kinder”. El lujo de la tristeza es un libro escrito a quemarropa, pero destilado en el alambique de la madurez. Por eso, sus versos apuntan a otra forma de pronunciar el temblor erótico y el vértigo de la soledad: “Hipnotizados frente al ojo / de tu lavadora Balay último modelo. / El infinito lo dejo a los poetas”.

            Frente al luminoso escepticismo de Petisme, El hundimiento (Premio “Generación del 27”) es sin duda el libro más pesimista de Manuel Vilas. En los anteriores poemarios del autor, la constatación de los horrores y miserias de nuestra sociedad convivía con el impulso celebratorio y la pulsión vitalista. Sin embargo, ahora prevalece una sensación de hastío y desengaño, como si tras el incendio asistiéramos al paisaje de un bosque calcinado. Tampoco es casual que el escritor haya despedido a su homónimo Manuel Vilas; ese sujeto desdoblado, fabuloso y omnímodo se sustituye aquí por una primera persona poco fiable. Todo en El hundimiento resulta espectral, en el sentido que Derrida y Zizek le asignaron al término. No en vano, en sus páginas se conjuran el fantasma de las ideologías y el espíritu burlón de las democracias occidentales. Pero, además, entre los restos del naufragio se encuentran sombras tutelares ―la madre del autor, Lou Reed o Scott Fitzgerald, destinatarios de poderosas elegías―, apariciones inauditas ―“Los nadadores nocturnos”― y zombis irredentos ―los nostálgicos nazis congregados en “El IV Reich”―. Con todo, la presencia de esa atmósfera crepuscular no significa que Vilas haya renunciado a la ironía corrosiva ni a la retórica incandescente. En El hundimiento reaparecen las ciudades del mundo y los pueblos de España, los coches deportivos y los automóviles familiares, el disfraz del éxito y la cadena genealógica del fracaso. La plegaria al “vacío general de todas las cosas” se concreta en la geografía física y humana de España, al tiempo madre y madrastra, objetivo sentimental y blanco de las iras, tierra baldía y fecunda porción de historia. Vilas ha escrito un libro lúcido y conmovedor, a ratos excesivo y a menudo hipnótico. No en vano, más allá de la disección de un capitalismo tentacular, en El hundimiento asistimos a la autopsia de una identidad: la de quien ha aprendido que “vivir consiste en hundirse poco a poco”.



Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 26 de marzo de 2015