jueves, 27 de junio de 2013

Panorama desde el puente (50 años de Rayuela)



Hace cincuenta años, París era una fiesta. O eso parece si nos sumergimos en el juego pactado de Rayuela, la novela de Julio Cortázar que cumple medio siglo de vida literaria en junio de este año. Aunque no pasa día sin efeméride capciosa o caprichosa, el aniversario rayuelesco me parece digno de conmemoración. Como me ocurre con casi todo lo que me ha dejado alguna huella, no guardo de Rayuela un recuerdo, sino una sensación. Ya se sabe que quienes somos poco proclives a la mnemotecnia nos conformamos con el sucedáneo de la impresión. Sin embargo, me parece que la nivola de Cortázar invita más a la correspondencia sensorial que a la memoria fotográfica. Sus páginas huelen a café recolado y a yerba mate, conservan el sabor acre del tabaco negro, suenan como un tocadiscos atiborrado de jazz, y tocan el centro gravitatorio de París (la nariz aguileña de monsieur Eiffel) y los aledaños de la locura. Pero, sobre todo, Rayuela nos mira con esa distancia extraviada que solo tienen los clochards bajo los puentes y los gatos sobre los tejados. Esa mirada felina y desafiante con la que Cortázar también comparecía en sus retratos.
       Sobre Rayuela pesan varios tópicos. Uno de los más persistentes sostiene que no ha aguantado bien el veredicto de la posteridad, esa jueza implacable con peluca empolvada. Francamente, no lo creo. Es una novela de su tiempo, lo que equivale a decir que es una novela eterna. Por suerte, la fecha de caducidad de las obras no depende de las ambiciones de sus autores, sino de su talento para capturar el Zeitgeist de una época. Y en eso reside la victoria de Rayuela: el espectro que habita en sus buhardillas es el mismísimo fantasma de la libertad, cuya sombra recorre desde el Pont des Arts donde se encuentran por primera vez La Maga y Oliveira hasta el Pont Neuf donde malviven los amantes soñados por Léos Carax.
       Los puentes tendidos por Rayuela no se agotan en su representatividad histórica. En más de un sentido, podría afirmarse que se trata de una novela pensada para usuarios de Windows. De hecho, los “capítulos prescindibles” no son otra cosa que enlaces o hipervínculos; nudos gordianos de información como los que encontramos en la Red. ¿Profetizó Cortázar el despliegue tentacular de Internet? No me cabe duda. ¿Predijo el auge del libro digital? Con permiso de Bioy Casares, que en La invención de Morel concibió un universo encriptado en código binario. Por otra parte, el famoso capítulo 68 de Rayuela, redactado en ese esperanto de la intimidad que Cortázar bautizó con el nombre de glíglico, no deja de ser el precursor de modalidades más o menos paraliterarias, como la perfopoesía y el Spoken Word.
     Para no pecar por exceso, que en román paladino significa incurrir en el panegírico, admitiré que Rayuela no es la mejor obra de Cortázar. Les sucede a todos los grafómanos perfeccionistas: le pasó a Cervantes, que intentó redimir al caballero Don Quijote a través del bizantino Persiles, y a Roberto Bolaño, que confió menos en el alma coral de Los detectives salvajes que en la endiablada polifonía de 2666. También Cortázar preparó el lanzamiento de Rayuela bajo el síndrome de la obra maestra, sin darse cuenta de que ya la había escrito cuatro años antes: se titula “El perseguidor”, y relata la crónica del saxofonista Johnny Carter / Charlie Parker perdido en el laberinto de su soledad. No sé si Cortázar es el mejor autor del boom. Sé que es el que más me gusta. No alcanzó a doctorarse en demiurgia, como García Márquez, ni fue un jaguar literario, como Carlos Fuentes ―de quien prefiero, ya en el ámbito de la parafilia, la muy edípica Zona sagrada―. Tampoco le dieron el Nobel, como a Vargas Llosa, ni disfrutó de la aureola de animal raro, como Manuel Puig. No importa. Si fuera un crítico prescriptivo, diría que buscar a la Maga por los capítulos de Rayuela es el deber estético y moral de todo lector. Menos taxativamente, les propongo que la incluyan en su lista de regalos (de cumpleaños, por ejemplo).


(Publicado parcialmente en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 27 de junio de 2013)

martes, 25 de junio de 2013

Un paralelismo (con sede en Houston)

METAPOESÍA

¡Houston!,
tenemos
un poema.
(Karmelo C. Iribarren, Seguro que esta historia te suena, 2012)
















(Love of Lesbian, Maniobras de escapismo, 2005)

jueves, 20 de junio de 2013

Descubrir el Atlántico (de Xoel López)


Conocí a Xoel López en 2003, en la entrega de los premios “El Ojo Crítico” de RNE. Entonces Xoel López aún no era Xoel López, sino el nombre de un proyecto musical: Deluxe. Deluxe siguió siendo Deluxe y yo fui siguiendo a Deluxe durante casi una década. Sin embargo, el año pasado, algo cambió. Su último disco ―para mí los cedés son discos, por más que se las den de compactos― aparecía firmado por Xoel López, ya sin el álter ego ni la máscara apócrifa. He dicho que me sorprendió, pero solo hasta que escuché sus primeros compases. Es cierto que las canciones de este compositor trotamundos dan la impresión de hablar siempre desde el fondo de la intimidad (sin ir más lejos, Reconstrucción es la ídem de un diario cómplice). Sin embargo, sus nuevos temas no admitían trampa ni cartón. Atlántico es un disco limpio, claro, mitad bonaerense y mitad gallego, un punto neoyorquino, rotundamente de todas partes. Es un disco tan sencillo que no resulta fácil: por un lado, sus ritmos se alejan del alma roquera de Deluxe; por otro, la melancolía se adueña de unas estrofas que no caen como una catarata de sonido, sino que desembocan como las olas en la orilla de una playa sin demasiados turistas. Ayer me enteré de que Atlántico había ganado el premio al mejor álbum de Música Independiente del año, y de que Xoel había obtenido el mismo galardón como mejor artista nacional de 2012. Me alegro. Tal vez les esté descubriendo el Atlántico si les digo que no deberían dejar pasar la oportunidad de escucharlo.


lunes, 17 de junio de 2013

La mejor versión de uno mismo


Veo con creciente estupor el anuncio de una universidad que te conmina a descubrir tu mejor yo. No a dar lo mejor de ti, como afirman enérgicamente los vigorizantes manuales de autoayuda. Ni siquiera a ser la mejor versión de ti mismo, como sostiene la retórica del amor en los tiempos del marketing. Hasta el momento esas esquizofrenias de la voluntad conducían irremediablemente a la psicopatía, según nos había avisado el doctor Jekyll. Ahora parece que también llevan al éxito profesional. No sé qué me resulta más aterrador: si el encomiable culto a la personalidad (algo así como hacer pesas con el ombligo) que subyace en el eslogan, o el desprecio hacia esos otros alumnos que también tienen el sacrosanto derecho a ser los mejores alter egos de su propia otredad. Con todo, desde que reparé por primera vez en el anuncio, una duda me impide conciliar el sueño. ¿Seré mejor que yo? 


viernes, 7 de junio de 2013

La Feria desde la barrera

Desde hace años acudo a la Feria a pasarlo bien, como diría el ínclito Sr. Chinarro. Por hache o por beta, me temo que en esta ocasión me perderé ese ritual autodestructivo. Pasear por las casetas del Retiro, allende turistas y patos, se parece a ejercer de flâneur por un mundo de libros, con el consiguiente riesgo de padecer el síndrome Fahrenheit. Lo cierto es que la Feria es un mal trago para los bolsillos y un pésimo remedio para la tensión ocular. Sin embargo, como en las otras ferias ―las de tren de la bruja y tiovivo―, uno no puede reprimir la pulsión de subirse a la atracción más peliaguda. En la Feria he hecho casi de todo, por encargo o por placer: me he integrado en una cola exultante a pleno sol para que me firmara un libro Geronimo Stilton, he hablado bajo una carpa sobre la joven poesía (cuando uno era ciertamente joven y difusamente poeta), y hasta he firmado ejemplares en un stand-pecera. Recuerdo que mi lista de ventas estuvo compuesta por un señor que compartía mi segundo apellido, por algunos amigos compasivos del otro autor (autóctono) que firmaba conmigo y por ciertos lectores anónimos que, tras hojear profusamente las novedades, se atrevieron a probar suerte. No sé si la Feria me gusta o no: tiene algo de hoguera de las vanidades, de planto por el fin de todo (ah de los libros) y de aparatosa performance colectiva. Sin embargo, sí estoy convencido de algo: este año la voy a echar de menos.



lunes, 3 de junio de 2013

Porción del enemigo, de Enrique Falcón



Porción del enemigo, de Enrique Falcón (Valencia, 1968), constituye el último eslabón de la Trilogía de las Sombras, un ciclo integrado también por Amonal (2005) y Taberna roja (2008). En este proyecto, que ha crecido en paralelo al “libro de libros” La marcha de 150.000.000, la voz coral se fragmenta en ecos, esquirlas o porciones de un mundo fracturado. Con todo, el compromiso ideológico y la actitud de resistencia se sustentan en unos modelos comunes: la poesía impura de Neruda, los versos humanos de César Vallejo y la invocación profética de León Felipe, pero también el torrente cordial de Walt Whitman o la indignación cívica de Kenneth Rexroth. Estas redes literarias funcionan como las conexiones neuronales de una escritura que traza sus fronteras en un espacio híbrido, a medio camino entre la crónica prosaica y el lirismo trémulo, la gramática de urgencia y el parpadeo de la web, la plegaria expansiva y la consigna precisa. Falcón despliega una estructura textual donde las composiciones dialogan entre sí o funcionan como piezas de un puzle en construcción. La apropiación y el collage convierten al libro en una máquina generadora de sentidos, no muy lejos del cadáver exquisito o del ready made. En estas páginas encontramos noticias periodísticas, eslóganes fulminantes o cuestionarios laborales que el autor reproduce con aparente afán objetivista. En otras ocasiones, su intervención resulta explícita: así ocurre en la glosa irónica del ‘Salmo 23’ (“El señor es mi pastor, nada me falta. / Por senderos tranquilos me conduce a la oficina”), o en ‘Rating2.doc’, que se sirve de la técnica del archivo electrónico encontrado. Frente a un sistema social caracterizado por la omisión significativa ―como expone gráficamente el ‘Poema con agujero’ que abre un hueco en medio de la estrofa―, Porción del enemigo eleva un aullido existencial cargado de imágenes expresionistas y metáforas tentaculares. La denuncia de la explotación económica, el lamento ante la violencia fratricida o la revisión del tema de España conducen a una ética y una estética de la insubordinación. “A dos metros del apocalipsis”, la palabra inflamable de Falcón no solo logra evitar casi siempre la combustión espontánea, sino que alumbra una poética que vive en permanente estado de excepción.


Publicado en el suplemento "Babelia" del diario El País, el 1 de junio de 2013