miércoles, 17 de abril de 2013

La banalidad del mal



El dominio de la imagen global nos ha habituado a percibir con naturalidad esa esquiva obediencia del terror de la que hablaba Arendt. Sin embargo, sospecho que la elocuencia fotográfica difícilmente puede competir con esa otra violencia implícita que palpita en las preguntas sin respuesta. Algunos de nuestros atletas coincidían ayer en plantearse la misma cuestión: qué sentido tiene atentar contra una expresión deportiva pacífica, en la que participan personas de diferentes razas, ideologías y credos religiosos. Me parece que la nueva banalidad del mal reside precisamente en esa indiscriminada posibilidad de violencia: el objetivo ha dejado de ser el ciudadano excepcional para transformarse en el ciudadano común; esa equis que señala a cualquiera en el mapa de la identidad. Wislawa Szymborska, siempre atenta al discurso político de la mirada, lo plasmó en un poema excepcional titulado “El terrorista”, publicado en 1976, y del que Alberto Santamaría realizó un acertado análisis en su ensayo El poema envenenado.  Decía Szymborska:

La bomba explotará en el bar a las trece veinte.
Ahora apenas son las trece dieciséis.
Algunos todavía tendrán tiempo de salir.
Otros de entrar.
El terrorista ya se ha situado al otro lado de la calle.
Ese distancia lo protege de cualquier mal
Y se ve como en el cine:
Una mujer con una cazadora amarilla: ella entra.
Un hombre con unas gafas oscuras: él sale.
Unos chicos con vaqueros: ellos están hablando.
Trece diecisiete y cuarenta segundos.
Una niña: ella va andando con una cinta verde en el pelo.
Solo que de repente ese autobús la tapa.
Trece dieciocho.
Ya no está la niña.
Habrá sido tan tonta como para entrar, o no,
Eso ya se verá cuando vayan sacando.
Trece diecinueve.
Y ahora como que no entra nadie.
En vez de entrar aún hay un gordo calvo que sale.
Pero parece que busca algo en sus bolsillos y
A las trece veinte menos diez segundos
Vuelve a buscar sus miserables guantes.
Son las trece veinte.
Qué lento pasa el tiempo.
Parece que ya.
Todavía no.
Sí, ahora.
Una bomba: la bomba explota.

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