lunes, 2 de julio de 2012

El vestuario

Después de que nuestra selección se coronase tricampeona con una goleada a Italia (hace años, este habría sido el inicio de un relato de ciencia ficción), el más elocuente fue Piqué: en el vestuario, dijo, cada uno iba a su bola. Podría haber añadido un expletivo en su respuesta, pero se abstuvo juiciosamente. La definición resultaba inmejorable: allí, Casillas le daba tientos a una botella de cava, el señor del Bosque estrechaba manos con vehemencia y recibía parabienes como quien no quiere la cosa, Reina brincaba como si las mismas alas de Nike propulsasen su vuelo, y a Iniesta no había quien no le diera un cariñoso calbote o le tirara cariñosamente de los mofletes. En cuanto a las autoridades, el presidente miraba al príncipe, y este al presidente. Cuando se aburrían, iban a darle la mano al señor del Bosque, o a propinarle un cariñoso capón a Iniesta, o a saltar con Reina, o a brindar con un sorbito de champán. En tal escenario, ni Plácido Domingo cantaba La Traviata, aunque de vez en cuando mirase el reloj como quien pierde el vuelo a Zúrich. Por un momento, animado por el ardor guerrero de la victoria, pensé que los vestuarios de nuestra selección eran una metáfora del país. Luego, menos eufórico, caí en la cuenta de que nos quedábamos sin expiación colectiva hasta 2014. Como están las cosas, Dios sepa quién viva.

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