lunes, 25 de junio de 2012

Saca la mano y grita gol


Mi demonio individualista me susurra que los hombres “tomados de uno en uno / son como polvo no son nada”. Y mi lucifer solidario sostiene que seguimos viviendo  “en un viejo país ineficiente, / algo así como España” entre dos crisis globales. Pero ni las palabras de Goytisolo ni las moralidades de Gil de Biedma contaban con ese angelus novus que se cierne sobre la maltrecha Europa en general, y sobre la rescatada España en particular: por supuesto, me refiero a la Eurocopa. Con qué fervor, digno de Evasión o victoria, vivimos las evoluciones de nuestra invicta selección, guiada por un instinto de triunfo que ha hecho de las glorias pírricas y de las derrotas cantadas cosa del pasado. Nunca he sido aficionado al fútbol ni he sentido como propios los colores de ningún equipo, salvo por el muy saludable ejercicio de llevar la contraria. Sin embargo, desde hace un tiempo, disfruto como un enano con nuestra exhibición de esplendor en la hierba. Y, lo confieso, en mi muñeca izquierda baila una pulsera con icono. Un Torquemada (¿Mourinho?) me acusaría de acogerme a la peligrosa fe del converso. Un psicoanalista (¿Valdano?, ¿Guardiola?, ¿El señor del Bosque?) me diagnosticaría algún complejo de etimología griega. Y no sé si la barra brava blaugrana me recetaría pastillas contra el sarpullido nacional. Pero yo bien sé que no se trata de nada de eso. Las dos velocidades europeas no se juegan en el centro del campo, sino en el graderío. No vale más partido rescatado que alineación por rescatar. Y sigo prefiriendo el pasaporte al DNI. Sin embargo, cuando nuestra armada cuasi invencible salta al terreno de juego, como impelido por un resorte, tengo la necesidad de gritar “No hay dos sin tres”. 


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