lunes, 9 de abril de 2012

Penitentes

Los cuatro jinetes del Banco Central Europeo y los pisoteados helenos de a pie lo saben: la penitencia cabalga a lomos del pecado. Reconozco que la Semana pasada nunca ha sido santa de mi devoción. Si acaso, de niño, la expectativa de los caramelos que por estas tierras reparten los penitentes me pellizcaba de misticismo las falanges de los dedos. Pero luego, nada. Qué le vamos a hacer: uno siempre ha tenido preferencia por lo salado y por el machadiano Cristo que anduvo en la mar. El jueves pasado, sin embargo, cambié de opinión durante unos minutos. Subiendo hacia la Seu de Palma de Mallorca, asistí a un escueto ensayo de la Pasión. Quizá fuera culpa del Cristo imberbe que daba tumbos con una camiseta de Metallica bailándole en la cintura, delante de un circuito cerrado de turistas. O tal vez de los centuriones de paisano que escoltaban la escalera con un escudo historiado que parecía el de Aquiles. Puede que fuera la corona de espinas o el sonido de un golpe seco en las cruces que llevaban a hombros los dos ladrones (el bueno y el malo). O los rostros desencajados de dos chicas jóvenes (María y Magdalena) que calcaban fielmente el discurso del método de Paula Strasberg. Y no descarto la voz en off en una lengua que a menudo se me olvida. El caso es que en esos minutos de arte y ensayo descubrí que los gestos improvisados y las ropas comunes contenían una dignidad que no exigía mangas ni capirotes. Casi me convierto al quietismo, como Miguel de Molinos. Me rescataron del ensimismamiento Pep y Maria, que me recordaron que lucía un sol brillante y que yo también era un turista accidental.


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