martes, 3 de abril de 2012

Luz, más luz

Con Farol de Saturno (2011), Antonio Martínez Sarrión añade otro episodio a una de las biografías literarias más coherentes de las últimas décadas. Siete años después de Poeta en diwan, el autor entrega un libro caracterizado por ese raro don que otorga la madurez: la absoluta libertad expresiva e intelectual. Martínez Sarrión no teme decir y desdecirse, pensar y repensar, edificar un poema y dinamitarlo con la barrena del humor, inocular una ironía homeopática que emerge de repente para mostrar el trampantojo constructivo. En Farol de Saturno, la luz no procede del vacilante candil de los melancólicos, ni de la lámpara maravillosa de los cínicos, sino del precario foco de la lucidez, ya sea la bombilla del Guernica o el deslumbramiento con el que Goethe quiso pagarle su viaje a Caronte. El libro se divide en dos partes claramente diferenciadas. La primera, «Hábitos de los discípulos de Buda», recoge una serie de preceptos morales o de proverbios apócrifos que el desarrollo de los textos se encarga de ilustrar o de desmentir. La segunda parte se detiene en la evocación de objetos, experiencias y paisajes cotidianos que el escritor asocia con un arte pobre, cuya voluntad icónica remite a las viejas botas de Van Gogh que Heidegger y Derrida embetunaron con el lustre de la teoría.
            Los poemas de la primera sección se sirven del citado artificio retórico para ofrecer un diagnóstico desolador de la sociedad contemporánea. Las costumbres de los seguidores de ese Buda burlón que imagina el autor vulneran los ritos de un mundo atroz («No quitan la vida»), los orgullos y prejuicios gregarios («No se jactan», «No van en grupos de más de seis personas») y las liturgias del consumo («Se sienten deprimidos por el chismorreo…»). A medio camino entre la concisión epigramática y la severa indignación de la sátira, las composiciones aplican el acero del verso a quienes dependen de una tecnología adictiva, son incapaces de cuestionarse sus propias convicciones o reúnen maneras palaciegas y temperamentos lacayunos. La última constatación —«Ellos se adivinan entre sí mediante una cálida indiferencia…»— permite acceder, además, a un devocionario privado o a un santoral profano: «Soy feliz / deletreando sin más: Manrique, Garcilaso, / Juan de Yepes, Fray Luis, Lope de Vega, / Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, / Rubén, Bécquer, Machado, Juan Ramón, / César Vallejo, Federico, Claudio».
            El segundo apartado incluye estampas ascéticas, bodegones furtivos y naturalezas crepusculares. La vocación pictórica resulta aquí evidente. Si el naturalismo de «Perro tumbado al sol» recuerda la densidad de los óleos de Goya, el trazo evanescente de «Pequeña alquería» se levanta sobre las estructuras geométricas de Joan Miró. Esa atención a lo desatendido se aprecia en un conjunto de «fábulas para animales» («Rata», «Escarabajo», «Lombrices para pescar») que enriquecen la curiosidad zoológica con cierto ecologismo compasivo. Así, en «Lombrices para pescar», la memoria de un hilarante episodio de pesca infantil se mezcla con el descubrimiento de la contemplación y, al cabo, con el respeto hacia los hondos misterios de la vida. En estas viñetas breves se condensa el fulgor de un universo en peligro de extinción, barrido por el vértigo del progreso o erosionado por el signo material de los tiempos. Ejemplo de ello es el rotundo «Final» del libro, que proclama una felicidad a bajo coste: «Viento de otoño. Nubes ya invernales. / Postrer milagro que el último grillo / logra con su cri-cri, sin más propósito / ni más postulación de un “yo” ridículo. / De tal modo celebra lo que fue / su conexión al Todo, / que se verificó con el mínimo coste».
            En definitiva, Farol de Saturno reivindica el gozoso escepticismo con el que Diógenes paseaba su linterna por las entrañas de lo visible. Ya sabemos que Saturno era capaz de zamparse a sus hijos sin pestañear. Sin embargo, Martínez Sarrión ha querido añadir, a esa voracidad tenebrosa, un punto de luz que nos guíe en nuestra travesía. Su nuevo libro confirma la generosa altura de un poeta-faro.
(Publicado en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información, el 29 de marzo de 2012)

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