martes, 11 de octubre de 2011

Ejercicios espirituales

Los veo algunas tardes. Hay quienes mantienen la pierna en alto, apuntando al epicentro del cosmos y simulando el metafísico salto de la grulla. Otros, más comedidos, optan por el estatismo de la flor de loto, y no faltan quienes prefieren tatuar, sobre la piel del aire, el rítmico verso dar cera / pulir cera. Entretanto, el gurú permanece concentrado y feliz, orondo y satisfecho como un kung fu panda en un museo de cera. El asunto no tendría nada de particular si no fuese por la cartografía elegida para tal despliegue: el campo de batalla del campus, que se presta de mil maravillas a ciertas beligerancias cartesianas. Lo cierto es que no sé qué actitud adoptar ante la cohorte marcial. A veces me dejo vencer por el entusiasmo, y muevo imperceptiblemente el pie derecho. Otras veces me da por indignarme ante el sosiego que transpiran los acólitos: el buen karma y el nirvana tántrico son, ciertamente, virtudes codiciadas y poco frecuentes. Hoy se me ocurre que, inmersos en sus ejercicios espirituales, se parecen al plástico o a determinadas modalidades de cefalópodos. Ellos seguirán allí para siempre, mientras pasamos de largo, nos desvanecemos en la niebla cotidiana o sufrimos un ERE melancólico. Viéndolos desplazarse sobre el césped, ajenos a la gravitación, cualquiera diría que es sencillo aspirar a la invisibilidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario